Sobre un montículo de piedras había una estaca clavada. Todo ello estaba rodeado de haces de paja y leña. Al pie del montículo había un gran cartel: «Juana, que se hace llamar la Doncella, embustera, malvada, abusadora del pueblo, adivina entregada a prácticas supersticiosas, blasfemadora, soberbia, traidora a la fe de Jesucristo, idólatra, cruel, disoluta, invocadora del demonio, apóstata, provocadora de cisma, herética».
El 30 de mayo de 1431 será un día que se recordará siempre por la infamia que se vivió en Francia: en tal día, Juana de Arco murió quemada en la hoguera. La muerte de Juana está considerada como una de las mayores injusticias cometidas en la Edad Media: no fue hasta 25 años más tarde que fue declarada inocente de todos los cargos de herejía por el mismo papa.
Dado que la herejía se consideraba un crimen capital sólo cuando se reincidía en ella, varios testimonios declararon, ante el tribunal inglés que la juzgaba por esos cargos, que Juana había oído voces por segunda vez mientras estaba presa en la cárcel. Además, Juana había dejado de usar ropa de hombre en la cárcel hasta que fue abusada sexualmente, motivo por el cual volvió a usar de nuevo ropa de hombre; esto fue tomado como un motivo más por parte de los ingleses para acusarla de herejía.
Se la condenó finalmente a morir en la hoguera atada a una alta columna en el Vieux-Marché en la ciudad de Ruán. En el momento de la ceremonia, Juana de Arco le pidió a dos de los clérigos presentes que mostraran un crucifijo frente a ella mientras las llamas la iban a consumir. Un campesino se compadeció de ella y mostró una cruz, que Juana miró fija y devotamente hasta que las llamas y el humo escondieron su cuerpo. Mientras Juana ardía en la hoguera, muchos de los testigos afirmaron que supo mantener la compostura y que afrontó la condena de forma serena y valiente. La actitud de Juana de Arco hizo que muchos presentes sintieran que se estaba cometiendo una terrible injusticia hacia esta joven.
Después de su muerte, los ingleses rastrillaron los carbones y cenizas de sus restos para así exponer su cuerpo carbonizado con el que demostrar que no había escapado con vida. Necesitaban probar la muerte de Juana de Arco para evitar que se convirtiera en una mártir. A continuación, los ingleses quemaron su cuerpo dos veces más y arrojaron al río Sena las cenizas de esta joven que lo único que había intentado era liberar a su pueblo.
Durante el juicio, muchos presentes creyeron sinceramente que había hablado realmente con Dios, e incluso el verdugo reconoció más tarde que sentía miedo a que pudiera ser condenado por el papel que había desempeñado. Juana con su juicio y su muerte en la hoguera constituye uno de los ejemplos más emblemáticos y simbólicos de aquellas personas que, a lo largo de la historia, mueren por algo en lo que creen.
Juana de Arco
(Domrémy, Francia, 1412 – Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia campesina acomodada, la infancia de Juana de Arco transcurrió durante el sangriento conflicto enmarcado en la guerra de los Cien Años que enfrentó al delfín Carlos, primogénito de Carlos VI de Francia, con Enrique VI de Inglaterra por el trono francés, y que provocó la ocupación de buena parte del norte de Francia por las tropas inglesas y borgoñonas.
A los trece años, Juana de Arco confesó haber visto a san Miguel, a santa Catalina y a santa Margarita y declaró que sus voces la exhortaban a llevar una vida devota y piadosa. Unos años más tarde, se sintió llamada por Dios a una misión que no parecía al alcance de una campesina analfabeta: dirigir el ejército francés, coronar como rey al delfín en Reims y expulsar a los ingleses del país.
En 1428 viajó hasta Vaucouleurs con la intención de unirse a las tropas del príncipe Carlos… >> Seguir leyendo la biografía de Santa Juana de Arco en Gran Enciclopedia de España
También, puedes conocer más detalles sobre Juana de Arco en Grandes Personajes, una extensa compilación de las biografías de los más singulares personajes de nuestra historia. En ella caben reyes, científicos, exploradores, pintores o literatos, que no sólo marcaron una época por sus logros en sus respectivos campos, sino también por los avatares personales a los que hubieron de hacer frente a lo largo de sus vidas. Una cuidada selección de textos, en los que se mezcla la documentación más profusa con una prosa atractiva, que los lectores de diferentes edades, apreciarán sin duda conforme vayan adentrándose en sus páginas.