Entre el jueves 23 y el domingo 26 de mayo de 2019 tuvieron lugar, en los veintiocho países que forman parte de la Unión Europea (UE), las novenas elecciones al Parlamento Europeo de su historia, coincidiendo con el 40ª aniversario de las primeras (1979).
Han sido las que han registrado una participación más alta de las últimas cinco (aunque apenas un 51 % de los votantes llamados a las urnas formalizaron su voto; tradicionalmente han sido los comicios que menos interés despiertan entre los ciudadanos europeos), y posiblemente haya tenido que ver en ello la situación que atraviesa actualmente Europa y su gran institución, la UE.
Por un lado, los comicios se celebraban en pleno trauma por la salida del Reino Unido, uno de los cuatro grandes socios históricos, de la Unión Europea (UE), el llamado Brexit, después de la victoria de los partidarios de abandonarla en el referéndum celebrado en 2017. Y, por otro, los analistas veían con preocupación la subida de los partidos políticos euroescépticos, o directamente antieuropeos, la mayoría de ellos, además, situados en la órbita de la extrema derecha, del nacionalismo y de la corriente en contra de la inmigración.
Todo ello, hay que añadir, en el marco apenas superado de las consecuencias de la gravísima crisis económica y financiera internacional que afectó, especialmente entre 2007 y 2014, más que notablemente a algunos de los países que forman parte de este histórico experimento político-económico-social que constituye la UE, y que sirvió como caldo de cultivo para el crecimiento, en algunos casos exponencial, del sentimiento “antieuropeo”, a consecuencia de algunas de las políticas y medidas (acertadas para algunos; desastrosas para otros) promulgadas en el seno de la institución.
En todo caso, un primer análisis de los resultados arrojados por las urnas apunta a que la UE ha conseguido frenar en cierta medida el auge de los partidos que ponen claramente en tela de juicio la estructura, las políticas y, finalmente, la propia razón de ser de la institución paneuropea.
En efecto, y aunque los dos grupos históricamente mayoritarios, el socialdemócrata y el conservador —sobre los cuales se edificó el edificio institucional europeo tras la II Guerra Mundial (1939-1945)—, por primera vez no superan juntos la mitad de los escaños del Parlamento, lo cierto es que las proyecciones, encuestas y análisis previos a los comicios apuntaban en la línea de que el descalabro podría ser mayor, y abrir, definitivamente, el melón de la crisis en el corazón de la UE. Eso no ha sido así en parte porque las formaciones que han experimentado una mayor subida, las agrupadas en al grupo centrista-liberal, apuestan también de manera firme por el europeísmo.
Así, estas tres grandes familias políticas —la conservadora con 189, la socialdemócrata con 147, la centrista-liberal con 109—van a sumar en torno a 445 de los 751 escaños (a falta de confirmación oficial de las últimas reclamaciones), que además quedarán reducidos a 705 tras la salida de los eurodiputados británicos.
Sí es cierto que las fuerzas euroescépticas, de derecha extrema o extrema derecha, afines al nacionalismo y en contra de la inmigración (cuando no claramente xenófobas), han dado un paso adelante muy significativo: agrupadas en tres familias políticas europarlamentarias, suman unos 171 diputados. Esto es especialmente cierto en el caso de Francia, en el que la Reagrupación Nacional (heredera del histórico Frente Nacional) de Marine Le Pen se hizo con la victoria, como pasó con la Liga Norte en Italia y con el Partido del Brexit (de nueva creación, heredero del UKIP y encabezado por su líder histórico, Nigel Farage) en el Reino Unido, además de otras formaciones significativas en países como Austria, Polonia, Hungría, Países Bajos o Alemania.
Finalmente, la mayoría del resto de escaños del Parlamento Europeo han ido a parar al grupo progresista y ecologista de Los Verdes (protagonistas de la segunda mayor subida, con un total de 69 escaños, y un notable éxito en Alemania, donde se consolidaron como segunda fuerza más votada), y al que agrupa a formaciones de extrema izquierda y nacionalistas de esta ubicación ideológica, con 38 escaños; quedarán todavía una treintena larga de diputados no adscritos a ningún grupo y de diversa índole ideológica, la mayoría también representantes de algún regionalismo o nacionalismo “sin Estado”.
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