La Gran Revolución Cultural Proletaria china que se prolonga con intermitencias, hasta la muerte de Mao Zedong en 1976. Fue un experimento político organizado por éste y el Partido Comunista que incluyó asesinatos de intelectuales y de altos cargos del partido, a los que se acusó de traicionar los ideales revolucionarios, por parte de «Guardias Rojos» adolescentes y la destrucción de todo aquello que tuviera relación con Occidente o la cultura tradicional.
Liu Sao-chi resulta vencido en 1966 y cesado en sus funciones de vicepresidente del partido, donde le reemplaza Lin Piao. En ese instante aparece la expresión «revolución cultural». Mao, asistido por Lin Piao y Chu En-lai, reorganiza el partido y lleva la revolución a provincias. El objetivo revolucionario oficial de la revolución cultural consiste en eliminar a los «neoburgueses» mediante la reforma de la educación y a través de la enseñanza del pensamiento del gran Timonel, expresado en el Libro rojo. Se trata de transformar radicalmente las mentalidades. Para ello, la revolución debe ser permanente, antijerárquica e igualitaria. Algunos sinólogos han visto en este proceso una lucha por el poder, sobre todo. De cualquier forma, la revolución cultural asegura el triunfo del modelo maoísta, tanto en el interior como en el exterior.
La gran revolución cultural proletaria
Tras unos años en los que «el gigante asiático» lame sus heridas económicas y es reconocido poco a poco, como interlocutor internacional por muchos países (desde siempre los socialistas, luego los del Tercer Mundo, por fin los de Occidente), y gana fácilmente el conflicto del Tibet ante la India (1962), un nuevo movimiento de agitación y crítica política dirigido por el propio Mao Tse-tung estalla en su seno.
Un Dazibao o cartel mural, firmado por el líder comunista y pegado por estudiantes el 25 de mayo de 1966 en la Universidad de Pekín, con el explosivo título de Bombardead el cuartel general, lanza a las masas a la calle con la consigna de oponerse al fin de la revolución y «luchar contra quienes detentan poderes absolutos y siguen la vía capitalista, desenmascarando a la nueva burguesía que se agazapa en el seno del Estado y del Partido Comunista». El nuevo movimiento, estructurado en torno a los «Guardias Rojos» (estudiantes y obreros jóvenes, en su mayoría) que enarbolan el famoso Libro Rojo (recopilación de frases escogidas de Mao Tse-tung) y utilizan la violencia si es necesario, pronto se extiende a todo el país y siembra el pánico entre «los bien colocados» y la inquietud en todo el mundo. La nueva doctrina establece «el deber de ir contra corriente», y su entusiasmo juvenil se contagia tanto a los críticos de los comunismos oficiales de la URSS y sus aliados como a los revolucionarios occidentales. En los turbulentos días de mayo de 1968 en París, las frases del presidente Mao, «El Gran Timonel», estarán en boca de todos los revoltosos e intelectuales renovadores.
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