Se cumplen 10 años de la muerte del poeta Ángel González

Tal día como hoy hace diez años fallecía el poeta español Ángel González, miembro preeminente de la Generación del 50 (también llamada del Medio Siglo o de la Experiencia), la inmediatamente posterior a la Generación del 36 o de la Posguerra, y uno de los poetas más relevantes de la poesía española —y en español— del siglo XX. Galardonado con el prestigioso “Premio Príncipe de Asturias de las Letras” de 1985 y con el “Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana” de 1996, fue miembro de la Real Academia Española y nombrado doctor honoris causa por la Universidad de su Oviedo pocos meses antes de su fallecimiento.

Hijo de una maestra republicana, aprendió muy pronto el sentido de la derrota. «En la guerra aprendió a perder para no sentirse vencido. Su prudencia era la del superviviente».  Sufrió, se vio humillado por el trato que recibió una familia de perdedores y siempre supo dignificar la derrota. Porque desde siempre tuvo un serio problema con su identidad, como demuestra uno de sus poemas más célebres: «Para que yo me llame Ángel Gonzalez, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo…». Con tan sólo 18 meses quedó huérfano de padre, circunstancia que se vería agravada años después con el fusilamiento de su hermano, durante la Guerra Civil. Su afición a la escritura comienza en 1943, cuando enferma de tuberculosis y es enviado a Páramo del Sil para que se recupere.

Cuando, en 1956, apareció el primer libro de Ángel González, Áspero mundo, la poesía española estaba inscrita mayoritariamente dentro de la corriente de la poesía social, y fundamentalmente luchaba contra la situación social y política de la época, la dureza de los primeros años del franquismo. González no renunció a esa función de la poética española de su tiempo pero al mismo tiempo mantuvo frente a su poesía una individualidad, una libertad y una exigencia estética muy personales. Así puede definirse su larga trayectoria literaria: como una pugna entre su yo interno —sus sueños, sus ilusiones, sus desazones, su inmensa melancolía pero también su sentido del humor, su ironía distanciada—y la conciencia —conciencia social, conciencia política, conciencia ética y moral— del mundo que le tocó vivir.

Su primer poemario, Áspero mundo, se publicó en 1956, y el último, Nada grave, salió publicado póstumamente el mismo año que murió, 2008. Medio siglo de intensa interacción entre persona, creación poética poesía y la vasta época que atraviesa su vida —él mismo escribió que sus versos son testimonio del «escenario y el tiempo que corresponden a mi vida», y que constituye también un fiel reflejo —un espejo, quizás— de los avatares del hombre de su tiempo, de las tensiones e inquietudes que han agitado las artes y las letras, la sociedad y el hombre del siglo XX. Ahí puede inscribirse su melancolía, la ternura, la necesidad de distanciamiento irónico para sobrellevar el desasosiego, incluso la desesperanza, de unos sueños rotos, de un mundo devastado, de una existencia humana en demasiadas ocasiones huérfana de sentido.

Nacido en Oviedo en septiembre de 1925, en el seno de una familia de vocación republicana, su infancia y su adolescencia están transidas por el sufrimiento personal —y nacional— que supuso la experiencia traumática de la Guerra Civil y la posguerra; a él una turba fanatizada —falangista, en este caso— se le llevó su hermano, otro tuvo que exiliarse y la tercera fue obligada a dejar de ejercer su vocación de maestra de niños. Así no extraña que él mismo definiera su poesía como reflejo de una «larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas».

Luego, establecido en Madrid, tras licenciarse en la Escuela Oficial de Periodismo y opositar al cuerpo técnico del Ministerio de Obras Públicas, fue destinado a Sevilla, pero su vocación literaria ya estaba encarrilada. Su vida transcurre por el contacto y la amistad con los jóvenes poetas del círculo de Barcelona, y luego con sus homólogos de Madrid, al tiempo que de imprenta salen, sucediéndose, espléndidos poemarios —Sin esperanza, con convencimiento (1961); Grado elemental (1961), Tratado de urbanismo (1967), Breves acotaciones para una biografía (1971), Prosemas o menos (1983), Deixis de un fantasma (1992), Otoño y otras luces (2001)—.

En 1972, una invitación de la Universidad de Nuevo México en Alburquerque para que diera unas conferencias se convirtió en una prolongada trayectoria de dos décadas como profesor de Literatura española contemporánea en la dicha universidad estadounidense, hasta su jubilación en 1993. Desde entonces y hasta su fallecimento, dio a imprenta nuevos poemarios, y sobre todo nuevas antologías de su poesía, y vivió a caballo de Albuquerque y España.