7 de noviembre de 1598 nace Francisco de Zurbarán

Agnus Dei, de Francisco de Zurbarán

Francisco de Zurbarán, nacido el 7 de noviembre de 1598 en Badajoz, se erigió como uno de los grandes maestros del barroco español. Su habilidad para resaltar el misticismo de sus personajes mediante la luz lo posicionó como un exponente destacado de esta corriente artística, otorgando a sus obras una notable fuerza visual y una intensidad expresiva. La experta Odile Delenda, al referirse a Zurbarán, lo describe como un artista «tan moderno que se pasó de moda».

En sus primeros años, la influencia del pintor italiano Caravaggio marcó fuertemente su obra, caracterizada por contrastes vívidos entre luces y sombras y un realismo cautivador. Aunque algunos lo denominaron «el Caravaggio español», Zurbarán, de manera romántica, nunca aceptó esta comparación.

Poco se sabe sobre sus primeros años, pero tras su aprendizaje en el taller de Pedro Díaz de Villanueva en Sevilla, Zurbarán regresó a su Extremadura natal. En 1626, fue convocado nuevamente a Sevilla para realizar un importante encargo de la orden de los Dominicos. A pesar de su juventud e inexperiencia, la competencia en el mercado artístico sevillano lo llevó a ofrecer sus servicios a un precio más accesible, permitiéndole ingresar al selecto círculo artístico de la época.

En 1628, Zurbarán firmó un contrato para crear veintidós lienzos para el convento de la Merced Calzada, comprometiéndose a seguir las indicaciones del padre comendador, limitando así su creatividad. Su obra «San Serapio», basada en la historia de un mártir mercedario, ilustra esta etapa.

Durante su estancia en Madrid en 1634, Zurbarán colaboró con Diego Velázquez en la decoración del palacio del Buen Retiro, pintando los «Trabajos de Hércules». De vuelta en Sevilla, con el título de «pintor del rey», realizó obras para iglesias como muestra de devoción a la Virgen María. Comenzó a producir pinturas religiosas destinadas al mercado americano, como la serie «Las tribus de Israel».

Tras la muerte de su segunda esposa en 1649, Zurbarán continuó su labor artística con normalidad. A partir de 1636, intensificó la exportación artística a América del Sur, recibiendo encargos desde Perú y Buenos Aires. A pesar de enfrentar dificultades económicas y una disminución de encargos debido a la crisis artística en Andalucía, mantuvo su actividad y prestigio.

Zurbarán falleció en Madrid el 27 de agosto de 1664 a los 65 años, dejando un legado artístico que, aunque inicialmente eclipsado por otros contemporáneos como Murillo, ha sido reivindicado con el tiempo. Su influencia trasciende fronteras, consolidándolo como uno de los pintores más reconocidos a nivel mundial.

«Exceptuando al El Greco, y quizá también a Velázquez, que es igual, sino superior, Zurbarán superó a todos los demás pintores españoles. Además su obra tiene mucha relación con las tendencias actuales de la pintura. Sin embargo su obra no es conocida ni apreciada en su justa medida, (…). La característica de la obra de Zurbarán es la de mostrar todo aquello que la pintura puede ofrecer respecto a la realidad humana, (…). Zurbarán presenta a sus santos y a sus monjes en la vida psíquica más concisa, pero a la vez más atormentada por las graves inquietudes espirituales provocadas por el deseo de aproximarse a Dios. No expresa, en sus cuadros, ningún sentimiento terrible. La muerte no tiene, para él, nada de espantoso.»

Christian Zervos, fundador de Cahiers d’art, Catálogo de la exposición de 1988, p. 53.

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Francisco de Zurbarán

(Fuente de Cantosprovincia de Badajoz, h. 7-XI-1598 — Madrid, 27-VIII-1664). Pintor. Destacado representante del barroco español, supo resaltar el misticismo de sus personajes a través del uso magistral de la luz, otorgándoles una notable fuerza visual y una intensa carga expresiva.

Aparición de San Pedro crucificado a San Pedro Nolasco (1629). Óleo sobre lienzo de Francisco de Zurbarán.

Vida y obra

Hijo de Luis de Zurbarán, acaudalado tendero de origen vasco, y de la extremeña Isabel Márquez, fue bautizado en la iglesia parroquial de Fuente de Cantos el 7-XI-1598. En adelante, Francisco no utilizó nunca el apellido materno y, sin embargo, a partir de 1619 firmó varios documentos como “Francisco de Zurbarán Salazar”, presumiendo así de hidalguía con algún otro antepasado vasco.

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Francisco de Zurbarán

Probable autorretrato de Francisco de Zurbarán (detalle de su obra San Lucas como pintor, ante Cristo en la Cruz).
Francisco de Zurbarán

Nombre completoFrancisco de Zurbarán
Nacimiento7 de noviembre de 1598
Fuente de Cantos
provincia de Badajoz
Comunidad Autónoma de Extremadura
Bandera de España España
Fallecimiento27 de agosto de 1664
Madrid
Bandera de España España
ÁreaPintura
MovimientoBarroco

(Fuente de Cantos, provincia de BadajozComunidad Autónoma de ExtremaduraEspaña, 7-XI-1598 — MadridEspaña, 27-VIII-1664). Pintor español. Se trata de uno de los más importantes valores de la pintura española barroca del siglo XVII.

Vida y obra

Nacido en Fuente de Cantos (provincia de Badajoz), pasó muy joven al taller de un pintor de imágenes piadosas en Sevilla (1614). Dos años más tarde pintó su Inmaculada Niña (1616; colección Valdés, Bilbao). En 1617 terminó su período de formación en el taller y se trasladó a Llerena (1617-1626), donde pasaría la mayor parte de su vida.

Pintó para las órdenes religiosas, para la nobleza y la burguesía, y dejó numerosos retratos y cuadros de temas históricos y religiosos. Su obra principal es la realizada para las cartujas de Jerez de la Frontera (1637), Zafra (1643-1644), la cartuja de las Cuevas y el monasterio de Guadalupe (1639).

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San Hugo en el refectorio de los cartujos, de Francisco de Zurbarán, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Las figuras estáticas de Zurbarán poseen la solemnidad maciza y, al mismo tiempo, la liviandad sin peso que caracteriza las obras de Piero della Francesca. Esta quietud temporal encapsula el milagro narrado en el lienzo: San Bruno y sus primeros seis cartujos emergen de un sueño que ha abarcado 45 días, un sueño surgido mientras debatían la licitud de consumir carne. Abren los ojos, y la respuesta se revela evidente, pues la carne se ha transformado en ceniza. San Hugo, el sirviente, junto a los siete monjes, contemplan asombrados y sobrecogidos la prueba del milagro. No obstante, lo verdaderamente maravilloso parece ser la epifanía de los hábitos y los manteles blancos, el gris delicado del muro de fondo, las jarras de cerámica de Talavera, y los panes de corteza morena. Cada pan, tan austero y expresivo como el rostro de un monje, representa la igualdad monótona de los hábitos, cada monje retratado en su plena singularidad humana. Cuadros como este son escasos; el tiempo se suspende en ellos, ya que nunca dejan de ofrecer matices que explorar y contemplar.
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