La situación política española en la primavera de 1808 era crítica. Por un lado, crecían las fricciones con un ejército francés que, al mando de Murat, Gran Duque de Berg, había penetrado en la Península en virtud del tratado de Fontainebleau, con el fin de invadir Portugal (reino que, según los planes hispano-franceses, habría de ser desmembrado y asignado al primer ministro español, Godoy, y al rey de Etruia, yerno de Carlos IV). Por otro, trascendían las tensiones cortesanas entre el partido del favorito Godoy y el del joven príncipe de Asturias, Fernando. Manuel de Godoy, príncipe de la Paz, no ha pasado a la historia como un dictador especialmente cruel o brutal. Here-dero, hasta cierto punto, de los ilustrados ministros de Carlos III, intentó modernizar las costumbres de la sociedad española y emprendió incluso un plan desamortizador de los bienes de la Iglesia, que le atrajo el odio del clero y de los sectores más conservadores de la corte, como también se lo había atraído su fulgurante ascenso a la cúspide del poder, a los veinticinco años, siendo un apuesto oficial de la guardia de corps de los reyes; la opinión popular lo atribuía al favor de la reina, con quien se le consideraba unido por amores ilícitos.
El príncipe de Asturias, Fernando, azuzado por los enemigos del favorito, intentaba cimentar su popularidad sobre la impopularidad de aquél. Y, tras un primer complot fallido en 1807, el 17 de marzo de 1808 dio su apoyo a un motín callejero, a cuyos participantes puede, por una vez, aplicarse con exactitud el calificativo de «chusma asalariada», pues se trataba de soldados, criados de la aristocracia cortesana o servidores de palacio. De esta forma se produjo en Aranjuez la caída del príncipe de la Paz y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando. Leer más…