Fallece Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura y figura clave de las letras hispanoamericanas

El escritor hispano-peruano, premio Nobel de Literatura en 2010, fue autor de obras maestras como ‘Conversación en la catedral’. Ha fallecido en Lima a los 89 años.

Lima, Madrid, París, Londres y Barcelona forman la cartografía vital de un hombre al que le iba como un guante la etiqueta de escritor universal. Mario Vargas Llosa, nacido en Arequipa en 1936, fue uno de los grandes narradores de la lengua española, figura clave del llamado “Boom latinoamericano”, junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Su obra se tradujo a más de 30 idiomas y su legado trasciende fronteras, géneros y generaciones.

Mario Vargas Llosa durante la conferencia inaugural de Fronteiras do Pensamento en São Paulo, el 17 de abril de 2013, donde presentó su ensayo La civilización del espectáculo.

Bebió de todas las fuentes y participó en todos los debates. Si su maestro literario fue Flaubert —del que aprendió que adonde no llega el talento, llega el esfuerzo—, su primer referente ideológico fue Jean-Paul Sartre. Con el tiempo bromearía con su apodo de juventud —el sartrecillo valiente—, pero durante años creyó ciegamente en el compromiso del escritor a la manera teorizada por el filósofo francés. La muerte ha truncado su último proyecto literario: un ensayo sobre su propia obra.

Vargas Llosa debutó en la narrativa con La ciudad y los perros (1963), una novela que revolucionó la literatura hispanoamericana por su estilo innovador y su crítica feroz al autoritarismo. La obra, basada en su experiencia en el Colegio Militar Leoncio Prado, fue censurada y quemada públicamente en Perú, lo que solo aumentó su notoriedad. Le siguieron títulos fundamentales como La casa verde, Pantaleón y las visitadoras o La guerra del fin del mundo, en los que combinó ambición formal y profundidad social.

En 1971, a raíz del caso Padilla, rompió con la revolución cubana —otro de sus fervores juveniles— y con el comunismo. A partir de entonces, sus influencias soplaron desde la orilla opuesta: un liberalismo político forjado por pensadores como Karl Popper, Isaiah Berlin o Raymond Aron, que en lo económico se tradujo en el neoliberalismo de Margaret Thatcher, cabeza visible de la revolución conservadora que triunfó en los años ochenta del siglo XX y tuvo su momento icónico en la caída del Muro de Berlín. Esta evolución ideológica le granjeó admiración y rechazo a partes iguales, y nunca rehuyó el conflicto.

En 1990, decidió llevar su pensamiento político a la práctica: fue candidato a la presidencia del Perú por el Frente Democrático (FREDEMO). Su propuesta liberal fue derrotada en segunda vuelta por Alberto Fujimori, cuya posterior deriva autoritaria Vargas Llosa denunciaría con firmeza. Tras la derrota, se instaló definitivamente en Europa, primero en Londres y luego en Madrid, donde obtuvo la nacionalidad española en 1993.

En posesión de todos los galardones posibles —del Cervantes al Nobel, pasando por el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos y hasta el Planeta—, Mario Vargas Llosa fue miembro de la Real Academia Española (sillón L), corporación en la que ingresó en 1996 con un discurso sobre Azorín al que respondió Camilo José Cela. En noviembre de 2021 se convirtió también en uno de los “inmortales” de la Académie Française, pese a no haber escrito una sola línea en la lengua de Molière. “Yo aspiraba secretamente a ser un escritor francés”, dijo en febrero de 2023 al comenzar su discurso de ingreso, en una ceremonia a la que acudió el rey Juan Carlos.

En su vida personal, mantuvo relaciones de alto perfil mediático. Su matrimonio con Patricia Llosa, prima hermana y madre de sus tres hijos, fue una unión larga que terminó con su sonada relación con Isabel Preysler, figura pública española con la que compartió más de siete años. Esta etapa de exposición marcó un contraste con la discreción que había mantenido durante décadas. No obstante, jamás dejó de escribir, incluso cuando el foco mediático apuntaba más a su vida sentimental que a su obra.

Mario Vargas Llosa participó en la presentación del libro Arequipa, Patrimonio Cultural de la Humanidad, editado por el Consorcio Grupo Enciclo, el pasado 16 de diciembre de 2011 en el salón de actos de la Municipalidad de Arequipa (Perú).

Acostumbrado desde joven a acumular distinciones, siempre dijo que su gran objetivo era no convertirse en estatua. En 2019, cuando parecía que ya no escribiría nada a la altura de sus grandes novelas, publicó la soberbia Tiempos recios, basada en la intervención de la CIA para derrocar —en 1954 y con falsas acusaciones de comunismo radical— al Gobierno tibiamente socialdemócrata de Jacobo Árbenz en Guatemala. La obra se cierra con un párrafo en el que Vargas Llosa, anticastrista acérrimo, demostraba que antes que enemigo de Fidel Castro era amigo de la verdad. La lección guatemalteca, reconocía, llevó a la Cuba revolucionaria a aliarse con la Unión Soviética para “blindarse contra las presiones, boicots y posibles agresiones de los Estados Unidos”. En su opinión, “otra hubiera podido ser la historia de Cuba” si EE. UU. hubiera aceptado antes la “modernización y democratización” de la Guatemala ensayada por Árbenz.

Ese reconocimiento fue una de las últimas lecciones intelectuales de un escritor indiscutible al que le encantaba discutir. Y que siempre afrontó el debate ideológico sin rastro de cinismo. Para él, escritura y política siempre fueron dos caras de la misma moneda: la de la libertad individual. A costa incluso de la justicia social. Por eso remató su discurso del Nobel recordando que “las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad”. La lectura, añadió, inocula la rebeldía en el espíritu humano: “Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”. Y en su caso, algo más: ser inmortal para sus lectores.

En su Arequipa natal, donde nació en 1936, también quedó una huella perdurable de su legado. En 2011 se inauguró la Biblioteca Mario Vargas Llosa, un espacio cultural que alberga parte de su archivo personal y donde colaboró el Grupo Enciclo. Esta biblioteca se ha convertido en un punto de referencia para estudiosos de su obra y lectores apasionados, reafirmando la conexión del Nobel con su ciudad de origen.

Mario Vargas Llosa fue mucho más que un novelista magistral: fue un intelectual total, un polemista brillante y un incansable defensor de la democracia liberal y la libertad individual. El escritor que discutió con el mundo participó activamente en todos los debates sociales y políticos de su tiempo, y lo hizo con una voz propia que combinaba un progresismo moral con un firme neoliberalismo económico, una postura que desconcertó —e incluso irritó— a muchos de sus admiradores literarios. Su legado trasciende la ficción: abarca ensayos, artículos periodísticos, obras de teatro y conferencias que lo consagraron como una de las voces más influyentes de la cultura contemporánea.

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