Hoy hace exactamente un siglo nació en una pequeña población rural de California el que, con el tiempo, sería el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos de América, y el único a lo largo de toda su vasta historia que se vería obligado a dimitir durante el ejercicio de su cargo; el republicano Richard Nixon.
Figura política de los convulsos años sesenta y setenta del pasado siglo, Nixon curtió su trayectoria primero en su California natal, y más adelante bajo el amparo del presidente Dwight D. Eisenhower, de quien sería vicepresidente a lo largo de los dos mandatos (1953-1961) que el antiguo Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa durante la II Guerra Mundial (1939-1945) cumplió como presidente de su país.
Todo parecía indicar que Nixon heredaría con cierta placidez el Despacho Oval en la Casa Blanca. Nominado por su partido, se tropezó por el camino con la figura absolutamente emergente del demócrata John Fitzgerald Kennedy, quien con sus aires jóvenes y renovadores acabaría batiéndole en las elecciones de noviembre de 1960; todavía hoy se recuerda el debate en televisión de los dos candidatos como ejemplo de cómo las nuevas tecnologías pueden ayudar a un político, y mucho, a ganar (o a perder, en el caso de Nixon) el favor del público.
De todas formas, la ambición y la terquedad del republicano acabarían llevándole años después a la Presidencia de los EE.UU. Fue el 5 de noviembre de 1968, al batir en los comicios al candidato demócrata Hubert H. Humphrey. Allí comenzaba su convulsa presidencia, con sus luces —quizá la más significativa la distensión de las relaciones diplomáticas con la República Popular China; Nixon fue el primer presidente estadounidense que visitó el condominio del legendario Mao Tsé-tung— y también sus sombras. Entre estas, cabe señalar la participación de los EE.UU. en la Guerra del Vietnam, cada vez más contestada por una sociedad estadounidense que experimentaba un más que evidente proceso de resquebrajamiento. Aun así, todavía pudo ser reelegido para un segundo mandato el 7 de noviembre de 1972, y además con una de las victorias presidenciales más aplastantes en la historia del país, frente al candidato demócrata George McGovern.
Pero la semilla de su descenso a los infiernos ya había germinado meses antes: el 17 de junio de 1972 saltó a la luz pública un extraño caso de allanamiento nocturno en la sede central del Partido Demócrata en Washington D.C., en los edificios Watergate. Con el esfuerzo y la tenacidad de dos periodistas del The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, y las filtraciones de quien fuera conocido como “Garganta profunda”, implicado en el asunto, se destapó una conspiración de espionaje y robo de documentos orquestada con el conocimiento de la Casa Blanca y del presidente Nixon, que pretendía cobrar así ventaja con vistas a las elecciones presidenciales en las que fue reelegido. Nixon, además, mintió en varias ocasiones para intentar ocultar todo el asunto. El conocido como Escándalo Watergate desembocó, después de dos años de investigaciones oficiales por parte del Senado de los Estados Unidos, en que la Cámara de Representantes acabara iniciando un proceso de impeachment sobre el presidente. Antes de su conclusión, Richard Nixon decidió dimitir, en un histórico mensaje televisado a la nación, el 8 de agosto de 1974.