Tal día como hoy, hace 453 años, fallecía en el Monasterio de Yuste (situado en la localidad cacereña de Cuacos de Yuste, en Extremadura) el que fuera conocido popularmente como Carlos I de España y V de Alemania; es decir, Carlos I, rey de España, y Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. A ese cenobio dirigido por monjes jerónimos había decidido retirarse tras haber abdicado de sus responsabilidades como monarca en las personas de sus dos hijos mayores, Felipe (a quien cedió los dominios de España y de Ultramar, y reinó como Felipe II de España) y Fernando, al que traspasó el gobierno imperial del Sacro Imperio (Fernando I de Habsburgo). En el Monasterio de Yuste pasó la última etapa de su vida, rodeado de los monjes y de su leal amigo el ingeniero e inventor de origen italiano Juanelo Turriano, hasta que falleció víctima del paludismo. Al parecer, contagió esta enfermedad por la picadura de uno de los mosquitos que frecuentaban las estancadas aguas de unos estanques que había construido y diseñado el propio Turriano, a quien el monarca conoció al acudir a su coronación como emperador en Milán, en el año 1529.
El rey y emperador (o el César Carlos, como también fue conocido) fue una de las figuras paradigmáticas, si no la que más, de aquella concepción ideal de príncipe cristiano y monarca moderno. Su voluntad, poderío e influencia se dejaron sentir a lo largo de su siglo XVI en toda Europa, escenario principal de sus aspiraciones políticas. Entre ellas, destacaba un lugar preeminente el deseo de erigirse en Príncipe de la Cristiandad; es decir, en el monarca que aunara bajo su trono a la Europa de su tiempo. Para ello contaba con la excepcional conjunción que le permitió acceder al gobierno de los dos dominios patrimoniales más relevantes de entonces: la monarquía hispánica y el Sacro Imperio alemán. Además, bajo su reinado se exploraron, afianzaron y aumentaron los dominios territoriales españoles en América. A esa época corresponde la caída de los aztecas (o mixtecas) mexicanos de Tenochtitlan ante el extremeño Hernán Cortés, y años después, otro extremeño, Francisco Pizarro, encabezaría la expedición que derrocaría el Imperio Inca en el Perú.
Fue, también, el monarca que hubo de lidiar con asuntos tan relevantes para la historia de Europa como el estallido de la Reforma liderada por el pastor alemán Martín Lutero, que daría paso a la aparición de la tercera iglesia principal del cristianismo: el protestantismo y sus diversas ramas. Por otra parte, sus esfuerzos militares tuvieron muy presentes la presencia y amenaza musulmana: la expansión del potente Imperio Otomano por el Mediterráneo oriental y la Europa central (con la caída de Viena, capital de su imperio alemán, como una amenaza que comenzaba a aparecer en el horizonte), y la entonces muy activa piratería berberisca que afectaba tanto al comercio y la navegación por las aguas del antiguo Mare Nostrum como a las propias costas de la Península Ibérica. También ocupó un lugar preeminente de su acción de gobierno la rivalidad con Francia, y en particular con su rey Francisco I, otra de las grandes figuras reales del siglo XVI europeo. Esa hostilidad tuvo como escenario principal los pequeños estados, ducados y principados italianos, donde ambas potencias intentaban imponer su hegemonía e influencia (y, en último término, en la corte papal del Vaticano.)
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