El 6 de enero de 1993, festividad de los Reyes Magos de hace ahora diez años, el mundo se despertó con la noticia de la muerte prematura del gran bailarín Rudolf Nureyev, uno de los mejores bailarines del repertorio clásico de todos los tiempos. Unía a su asombrosa agilidad una técnica impecable y una intensa expresividad.
Mito del ballet del siglo XX, y también de la época de la Guerra Fría —su petición de asilo político en Francia en 1962, huyendo de su Unión Soviética natal, causó verdadera conmoción en su momento—, a su arte estará íntimamente ligada su fuerte personalidad, que presentaba los rasgos de excentricidad y soberbia tan propios de los genios de las artes. Fue el sida, la enfermedad maldita de las dos últimas décadas del siglo XX, la que nos lo quitó.